Feia temps que buscava aquest conte, que estava colgat entre papers. Ahir el vaig trobar i he decidit compartir-lo amb vosaltres. És un relat absolutament verídic, una experiència que vaig viure personalmente a Londres el gener de 1998. Primer vaig pensar de traduir-lo, ja que el vaig escriure en castellà, però després he decidit no fer-ho. Les llengües, per sort, estan per damunt de les persones que les parlen. Per tant, m'ha semblat que transgredia l'autenticitat del text si el traduïa. Així em va sortir i així us el transmeto. Espero que us agradi.
Una historia de Hyde Park
Pasear por Londres significa caminar por una ciudad fascinante y única que, para el forastero poco iniciado, se diría el centro del mundo. Su opacidad contrasta con su colorido, su monumentalidad victoriana con su radicalidad vanguardista y la mezcla de razas, herencia de un pasado colonial y decimonónico, con el clasicismo y la rigidez británica. Es una ciudad profundamente cosmopolita, testigo mudo de incontables hechos históricos, llena de turistas en todas las épocas del año y aquejada de un clima horrible que, sin embargo, la dota inequívocamente de sus especiales señas de identidad.
Como contrapunto, deambular a solas por Hyde Park en una nebulosa y fría tarde de invierno representa un ejercicio de interiorización fuera de lo común, una experiencia personal e intransferible difícil de explicar. Creo que la típica niebla londinense no existe, pertenece a la leyenda, a los tiempos antiguos de las novelas de Dickens. Algo he oído de los humos de las viejas fábricas, que se condensaban bajo el cielo en pesadas formas brumosas. La realidad es que en el parque no hay niebla, sólo un hálito helado que emerge de la hierba en partículas de una humedad gélida y casi palpable. Las extensiones de verde césped parecen inacabables, intensificado su color por la semioscuridad del crepúsculo. El parque nunca está desierto, pero los solitarios que, como yo misma, se pierden en sus caminillos entrecruzados, parecen figuras miniaturizadas por la distancia. Tales son las dimensiones de la verde isla, pedazo de naturaleza viva en el corazón de la ciudad.
Las figurillas caminan con las manos enguantadas dentro de los bolsillos, bufandas arrolladas al cuello y gorros de lana hundidos hasta las cejas. El frío es intenso, se filtra hasta los huesos, y el silencio resulta abrumador. Los pasos resuenan atenuados por la hierba siempre húmeda y el aliento al respirar genera pequeñas nubecillas de humo que se mezclan con el aire y se extinguen despacio.
Todo es gris y, sin embargo, los pájaros abundan en el parque. Hay cuervos muy negros dando saltos en el césped y gaviotas menudas que conviven con las palomas y los patos en la ribera del lago, La Serpentina, con su vaivén de formas redondeadas que atraviesa el verde rizándose con el viento y fundiéndose con la humedad. Siempre hay gente al borde de La Serpentina, alimentando a las aves o sentada en los mojados bancos de madera. Gente ajena a la helada, a la oscuridad, gente que desafía el rigor del clima, gente capaz de gozar de la soledad y del entorno en un intransferible ejercicio de repliegue interior.
No hay nada más tierno ni más hermoso que las pequeñas ardillas de Hyde Park. Siempre había creído que, como los osos y otros animales, se aletargaban en su madriguera durante el invierno, pero estaba equivocada, porque yo las he visto en pleno mes de enero bajo un frío glacial. Las descubrí de forma casi mágica cuando hallé a una anciana –que parecía recién extraída de las páginas de un cuento infantil– con la cabeza cubierta por un enorme pañuelo oscuro, vestida totalmente de negro y calzada con unos pesados zapatones de cordones muy apretados. Llamaba a las ardillas con una monótona cantinela repetitiva, agitando las manos para atraer su atención:
- ¡Hallo! ¡Hallo! ¡Hallo!
Las ardillas la contemplaban desde las ramas peladas de los árboles y luego, con pasitos cortos y rápidos, descendían a toda velocidad hasta que sólo unos centímetros las separaban de ella. Con sus morritos húmedos moviéndose sin cesar, la miraban con ojillos inquietos y la anciana, abandonando su grito de reclamo por unos instantes, lanzaba un cacahuete, uno solo, a cada una de ellas. Las ardillas se deshacían de la cáscara y engullían el tesoro rápidamente. Luego, volvían a la rama del árbol agitando sus colitas en una loca explosión de jubilosa glotonería. Las colitas eran impresionantes, translúcidas, etéreas, tan suaves que parecía que iban a desintegrarse con el viento y la prisa de sus dueñas.
La anciana repitió la operación varias veces, hasta que se percató de mi presencia, parada y tiesa a su lado, con la cara helada y la boca abierta, embobada como una niña ante el espectáculo sin precedentes que se me deparaba de manera tan casual. La mujer rió por lo bajo y, tomando mi mano sin pedir permiso, la llenó de cacahuetes. Luego, inició de nuevo su grito gangoso:
- ¡Hallo! ¡Hallo! ¡Hallo!
Y cuando las ardillas bajaron, fui yo la que dejó caer el preciado tesoro entre sus patitas trabajadoras y ligeras.
- ¡Very good, lady! – aprobaba la anciana - ¡Very good!
No me podía creer aquella escena de cuento de hadas. Fascinada, alimenté a las ardillas por un prolongado momento, mientras la oscuridad descendía sobre nuestras cabezas y las partículas de humedad se convertían en una lluvia fina que empapaba mi rostro. La vieja se embutió en sus trapos y, despidiéndose con un gesto mudo, enfiló un camino hacia Kensington Palace. Las ardillas treparon a los árboles y yo me demoré aún un rato, un rato largo, entreteniéndome despaciosamente en contemplar la verde hierba y en disfrutar del momento único que el parque, generosamente, me ofrecía.
No importa la lluvia, ni la humedad, ni el viento. El encanto de Hyde Park, el encanto de Londres, quedarán siempre en el ánimo de quien se ha sentido partícipe, aunque sea fugazmente, de su latido fascinante.
Ostres, em sembla que aquest no l'havia llegit!!
ResponEliminaEstà molt bé, si ho coneixes veus que ho has descrit amb encert, en un estil de prosa poética que a mi, personalment, m'agrada molt.
Felicitats i, estic d'acord, no cal traduir res.
IO
Quina història tant bonica!! Tens raó sembla treta d'un conte...
ResponEliminaAhir vaig veure que ho comentaves, estic contenta que ens l'hagis fet arrivar.
De la manera que ho expliques, es com si ho stigues llegint en un llibre il.lustrat...
M'ha agradat mooolt. Un petó.
MARTA VALLS
Preciós relat.
ResponEliminaBona descripció, feta amb gust exquisit.
Enhorabona per l'escrit i per la vivència.
Un relat meravellós, molt bonic, venen ganes d'anar a fer un passeig a Hyde Park
ResponEliminaL'autor ha eliminat aquest comentari.
ResponEliminaHorror, se m'ha esborrat un comentari ben llarg que havia fet sobre el teu relat, per culpa d'intentar copiar-lo per si s'esborrava al enviar-lo, he fet pegar i he copiat un enllaç que havia utlitzat a facebook. Osres !!! estic molt trist, era súper inspirat i l'he perdut !!!!! Intentaré si sóc capaç, en les properes hores, recuperar en part allò que t'havia dit, que serà gairebé impossible, però....
ResponEliminaDons molt bé Anna, preciós de llegir en una tarda de pluja com la d'avui, que sembla que estiguem a Londres, inclosa la boira...un relat molt bonic, com tot el que escrius. Gràcies per compartir, Tura.
ResponEliminaBonic conte que acompanya una tarda de pluja.
ResponEliminaAnna, quina preciosa história, sembla un conte.
ResponEliminaÉs un record, que no se't oblidarà mai, Com m'agradaría a mi, poder fer el mateix. Si vaig a Londres, ho intantaré.
Moltes Gràcies
Carme Luis
Gràcies per compartir-lo, Anna!
ResponEliminaJo vaig viure quelcom semblant al passeig de Maristany, a Camprodon. Abans hi anàvem uns dies a l'estiu. Per les tardes ens passaven les hores observant els esquirolets del passeig.
Realment el teu sembla un conte de fades. Quins regals que ens fa la vida de vegades! Aquests records queden guardats al cor com petits tresors; moments inoblidables!
Petonets!
Us asseguro que va ser un moment absolutament màgic. Una tarda increïble. La senyora semblava directament extreta d'un conte.
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