dimarts, 24 de maig del 2016

Altum silentium, de Sara Mortreux


Aquest és el segon relat d'un estudiant de l'assignatura de Coetanis. Tal com us vaig prometre, els aniré penjant. Està escrit en castellà perquè l'autora, Sara Mortreux, el va confegir en un taller d'escriptura al qual va assistir. Com veureu, es tracta d'un text molt postmodern i, per tant, s'escau perfectament en el nostre curs. D'altra banda, heu de saber que la història havia de contenir un requisit, un motiu. En aquest cas, el motiu era "l'esternut". A mi em sembla que la Sara va ser molt imaginativa, metaliteratura inclosa, i se'n va sortir molt bé. 

Que en gaudiu força!




Altum silentium


Leopoldo tenía la costumbre de tomar un café en una terraza de la Plaça del Pi. Era un hombre inconfundible, ¿sabe usted? Con una boina y una pipa siempre en la mano, observaba la gente de su alrededor y anotaba en una libreta todo aquello que creía interesante. Por aquel entonces, quería, o creía tal vez, ser capaz de escribir el rastro que el ser humano dejaba en el mundo.

Describía las páginas dobladas de su libro, las notas que lectores anteriores habían dejado, las cartas que había recibido, el reloj de su bisabuelo, el golpe que un día su padre dio en la pared de su habitación, los cementerios modernos, repletos de cadáveres que se distribuían por filas y columnas y que se expandían terriblemente por la ciudad, los escarabajos, las esculturas clásicas que había visitado con sus padres muchos años antes de fallecer, el perfume de su abuela, los libros de la biblioteca familiar, los apuntes de la universidad.

Yo, que en aquel entonces ejercía como su narrador omnisciente, escuchaba constantemente todo lo que pasaba por la mente de Leopoldo. Eran unas noches terribles, ¿sabe usted? Él no era partidario de las elipsis porque, a su parecer, eliminaban el rastro de muchos de los acontecimientos de la vida cotidiana de los personajes. Así que, sin horarios y sin límite alguno, narraba en tercera persona del singular todo lo que había anotado mientras tomaba un café en la Plaça del Pi, así como sus actos y pensamientos que, para Leopoldo, eran una prueba más de su paso por el mundo.

No sé si tal vez fueron los años, que sospecho degradaban las relaciones, o su escritura constante lo que convirtió nuestra relación, que en su juventud nos proporcionaba un cierto placer, en una relación enfermiza, obsesiva. Leopoldo sabía que había envejecido, que cada vez disponía de menos tiempo para escribir un rastro que existiera in saecula saeculorum. Y yo, que intuía que sólo era un instrumento más para terminar su obra a tiempo, consciente o inconscientemente, estornudé. Y, sin apenas percatarme, borré las páginas dobladas, las notas, las cartas, el reloj de su bisabuelo, el golpe en la pared, los cementerios, las esculturas clásicas, el perfume de su abuela, los libros, los apuntes y todo lo que había escrito a lo largo de su vida. Desde entonces nunca más he vuelto a saber nada de Leopoldo y, acechado por un silencio terrible, lo busco entre las páginas de su cuaderno.


Sara Mortreux 



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